Benedicto
XVI
“En este segundo domingo de Cuaresma la
liturgia está dominada por el episodio de la
Transfiguración, que en Evangelio de san Lucas sigue inmediatamente a la
invitación del Maestro: "Si alguno quiere venir en pos de mí,
niéguese a sí mismo, tome su cruz cada
día y sígame" (Lc 9, 23). Este acontecimiento extraordinario nos alienta a
seguir a Jesús. San Lucas no habla de Transfiguración, pero
describe todo lo que pasó a través de dos
elementos: el rostro de Jesús que
cambia y su vestido se vuelve blanco y
resplandeciente, en presencia de Moisés y Elías, símbolo de la Ley y los
Profetas. A los tres discípulos que
asisten a la escena les dominaba el sueño:
es la actitud de quien, aun
siendo espectador de los prodigios divinos, no comprende. Sólo la lucha contra el sopor que los asalta permite a
Pedro, Santiago y Juan "ver" la gloria de Jesús. Entonces el ritmo se acelera: mientras Moisés y Elías se separan del
Maestro, Pedro habla y, mientras está
hablando, una nube lo cubre a él y a los otros discípulos con su sombra; es una nube, que, mientras
cubre, revela la gloria de Dios, como
sucedió para el pueblo que peregrinaba en el desierto. Los ojos ya no
pueden ver, pero los oídos pueden oír la
voz que sale de la nube: "Este es
mi Hijo, el elegido; escuchadlo"
(v. 35). Los discípulos ya no están
frente a un rostro transfigurado, ni ante un vestido blanco, ni ante una nube que revela la presencia
divina. Ante sus ojos está "Jesús solo" (v. 36). Jesús está solo ante su Padre, mientras
reza, pero, al mismo tiempo, "Jesús solo" es todo lo que se les da a los discípulos y a
la Iglesia de todos los tiempos: es lo
que debe bastar en el camino. Él es la
única voz que se debe escuchar, el único a quien es preciso seguir, él que subiendo hacia
Jerusalén dará la vida y un día "transfigurará este miserable cuerpo nuestro en un cuerpo
glorioso como el suyo" (Flp 3, 21).
"Maestro, qué bien se está aquí" (Lc
9, 33): es la expresión de éxtasis de Pedro, que a menudo se parece a nuestro deseo respecto de
los consuelos del Señor. Pero la
Transfiguración nos recuerda que las alegrías sembradas por Dios en la
vida no son puntos de llegada, sino
luces que él nos da en la peregrinación terrena, para que "Jesús solo" sea nuestra ley y su Palabra sea
el criterio que guíe nuestra existencia.
En este periodo cuaresmal invito a todos a meditar asiduamente el
Evangelio. Además, espero que en este
Año sacerdotal los pastores "estén realmente impregnados de la Palabra de Dios, la conozcan
verdaderamente, la amen hasta el punto de que
realmente deje huella en su vida y forme su pensamiento". Que la
Virgen María nos ayude a vivir intensamente nuestros momentos de encuentro con el Señor para que
podamos seguirlo cada día con alegría”.
Plaza
de San Pedro,